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lunes, 18 de abril de 2011

UNA TARDE VULGAR,

como todas las tardes
de mi vida,
algo brillaba en el suelo
y mis pasos,
de improviso,
se detuvieron.

Hacía frío.

Mucho frío.

La soledad,
mi fiel compañera,
me empujaba
con dulzura
a nuestro hogar.

Aquel extraño resplandor
intensamente brillaba
cada vez más.

Me agache,
sentí un dolor agudo
que recorrió todo mi cuerpo.

Llegué al abismo
y contemplé, con horror,
que se trataba de un vulgar
espejo de mi vida
en el que se veía nevar
intensamente.

Desde entonces,
tengo frío en el alma.

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