Entre silencios taciturnos trato de hallar el verso, deseo encontrar el matiz exacto para dibujar el poema, la única salida donde las palabras puedan reflejarse en el horizonte, lleno de murmullos henchidos de ilusiones. La mañana llega, como siempre, dispuesta a apurar las esperanzas de nuevo día.
Con suma lentitud voy perfilando la senda por la que tendré que introducirme e, incluso, perderme para escarpar de estúpidos fantasmas que sólo quieren robarme la voz. Entonces, las palabras pierden todo el sentido y se ponen a llorar por las invisibles esquinas del amanecer.
Todo se detiene, el tiempo huye hacia lugares inexactos en las que las ventanas jamás se atreven a mirar hacia la luz, las imágenes parecen borrarse definitivamente, y surge la apatía, el miedo, la soledad. Es preciso escapar de esos miserables y devolver a la palabra su propia identidad. A lo largo del camino surgirán los motivos que me devuelvan las ganas de seguir luchando y, en cualquier recodo del tiempo, encontraré palabras nuevas, versos dispuestos a entregarme los murmullos cálidos del atardecer, las sonrisas fugaces de las últimas luces de la jornada, cuando en el cielo se dibujan extraños paraísos luminosos en los que destellos rojizos mecen los sueños del porvenir.
Así, inmerso en la dicha de un suspiro, rodeado de versos que juegan enloquecidos con extrañas emociones del alma y de palabras que pretenden hacerse oír entre los gritos de los impertinentes silencios, logro escribir el poema.
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