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lunes, 26 de diciembre de 2011

LOS REYES MAGOS

se han extraviado.
La estrella de Belén
perdió sus pasos
en un atasco de coches
desesperadamente aburridos
y resignados.

Las huellas de los camellos reales
se fueron borrando de los caminos
y en los rostros infantiles
brotaron las arrugas del tiempo.

Las miradas ensombrecieron,
sólo se veía lágrimas resecas
e ilusiones rotas
de una noche amarga.

Nadie comprendía aquel retraso.

Las noticias sobre tan regia
desaparición no se pronunciaron,
el caos humano era total.

Sus Majestades nunca quisieron comprarse
un teléfono móvil,
odiaban las nuevas tecnologías.

Creían conocer todos los caminos,
no necesitaban navegadores chillones
ni mapas de colores
en los que no aparecían las sendas
mágicas de las estrellas.

Ellos se guiaban por su instinto,
habían estudiado el alma humana,
no les hacía falta saber más,
pero encontraron un atasco,
el atasco de incomprensión
y tuvieron que desaparecer,
dejaron de creer en el hombre.

Los niños lloraron,
pero supieron perdonar,
los reyes Magos
seguían siendo sus mejores amigos,
sus compañeros invisibles.

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