EN EL ATARDECER
melancólico de los días
dispongo la gran mesa
de la esperanza.
Abro, de par en par,
las ventanas del horizonte
embriagado en ríos
desbordantes de pasión.
Tomo la palabra no dicha
y me asomo, peligrosamente,
al abismo misterioso
de la locura,
desde allí regresaré
al néctar mortífero
de las copas traicioneras
para brindar con las sombras
de mi propio destino.
lunes, 12 de octubre de 2009
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